Os pongo en situación.
Imaginaros una sala en la que hay un montón de padres y madres sentados en sus respectivas sillas. Frente a ellas un atril, y en una esquina, una mesa con algo de picar: café, agua, pastas…
Es mi turno. Me levanto y subo al atril.
– Hola, mi nombre es Patricia y soy un desastre de madre-
¡Hoooolaaa Patriciaaaa!
Sí, has acertado. Somos un grupo de terapia.
¡Qué complicada es la paternidad y/o maternidad! ¿verdad?
Durante años, he pensado que era una madre excelente, de lo mejor que existe. Sin embargo, estaba completamente equivocada, y os voy a contar por qué. He pasado los peores meses de mi vida, al menos en lo que se refiere a mi vida como madre. El pasado mes de octubre, un profesional del tema me dijo que todos los males que padecía mi hijo mayor eran debidos a un uso excesivo de pantallas.
Yo lo sabía, no me extrañaba en absoluto lo que me estaba diciendo. Por eso había buscado la ayuda de un psicopedagogo. Para mí, en ese momento este uso excesivo de pantallas no era el problema, sino la causa de lo que yo consideraba el problema principal, que mi hijo faltaba muchísimo a clase. Mi hijo tenía que tratarse de este problema, era urgente. O al menos eso era lo que yo creía, pero no, mi hijo no tenía que tratarse de nada. Era yo la que tenía que recibir sesiones para abrir los ojos.
Nuestros hijos llegan a esos extremos porque nosotros les dejamos.
Somos nosotros, los padres y madres, los únicos responsables de esta situación. Después de la llorera inicial, empezaron las sesiones. Comenzamos analizando cuándo había comenzado todo esto. Pues te sorprenderá saber que todo es debido a que mi hijo es alérgico.
¿Y qué tienen que ver las alergias con las pantallas?, te preguntarás.
Pues en mi caso, todo.
Mi hijo es super alérgico al pescado, frutos secos, gramíneas, ciprés, polen del olivo, plátanus, cucaracha… Todo un cóctel de alergias. Yo me moría de miedo pensando en lo que le podía pasar, y no lo dejaba ni a sol, ni a sombra. Esto hizo que mi hijo se hiciera un niño dependiente. No sabía estar sólo en ningún momento, porque yo lo había acostumbrado a ello. Esta dependencia, según se fue haciendo mayor, derivó hacia una dependencia de las pantallas, es decir, necesitaba sentirse acompañado en todo momento, e internet, es un lugar ideal para eso. Pero ése sólo es el primero de los motivos.
El segundo es que, además, a lo largo de los años, he estado confundiendo los síntomas de este uso sin control de las pantallas, con los síntomas de la alergia.
Y es que son muy parecidos:
✔ Dolores de barriga
✔ Dolores de cabeza
✔ Dificultad para respirar
✔ Ojeras
✔ Cansancio
✔ Falta de concentración
Años reclamándole a nuestro alergólogo una solución – Este niño cada vez está peor- le decía yo al pobre doctor.
En la primera sesión con mi psicopedagogo me explicaba que todo esto era provocado por las pantallas, y yo insistía – que no, que mi hijo es alérgico, por eso le duele la cabeza, la barriga, no puede respirar…-
No fue hasta que descubrí el peor de los síntomas, ese que no aparece hasta que le quitas la tecnología, cuando realmente abrí los ojos:
«Los ataques de ira».
Pero antes de hablar de los ataques ira, sigamos indagando en el problema principal y que llevo arrastrando años sin darme cuenta.
¿Cuándo empezó mi hijo a faltar al colegio?
(¿Recuerdas que te comenté que busqué ayuda porque mi hijo faltaba mucho al colegio?) Pues desde muy pequeñito. Con solo 6 añitos, ya decía que le dolía la barriga día sí, día también. Su tutora, me llamaba a menudo para ir a recogerlo, y yo como madre excelente que era, iba corriendo a buscarlo. Llegábamos a casa y qué hacía, pues lo que hacemos todas cuando nuestros hijos están malos, darles una mantita y dejarles ver la tele. El caso es que lo miraba y, no lo veía tan mal. No tenía fiebre, y curiosamente, cuando llegaba a casa, ya no le dolía tanto la barriga.
Sospechaba que me tomaba el pelo, pero no le daba importancia.
Sacaba unas notas excelentes y recibía innumerables felicitaciones por parte de amigos y profesores, por lo educado, bueno, e inteligente que era. Así que yo en mis trece.
¡Qué buena madre soy!
Pasaron los años y todo iba a peor. En tercero y cuarto de primaria, llegó la Tablet. Así que no sólo veía la tele. La Tablet empezó a ser su mayor entretenimiento mientras yo hacía mis tareas los días que estaba malito. ¡Claro! Por qué iba a ir a clase, estaba mucho mejor en casa. Mi mamá me mima, y tengo tele y Tablet. Además, no esperaba a que me llamara el profesor. Directamente si se levantaba y me decía que se encontraba mal, lo dejaba en casa. La pediatra me decía – puede que tenga algún virus rondando por ahí- al final, ya no lo llevaba ni a la pediatra. Siempre era lo mismo.
Y seguían las felicitaciones.
Recuerdo un día que una de sus profesoras me paró por el pasillo del colegio a propósito, para felicitarme por mi hijo. Y es que su comportamiento en clase era inmejorable. ¿Y qué pasaba? Pues que iba tres días a clase, dos estaba en casa, y luego en un pis pas, mientras sus compañeros hacían cualquier cosa, recuperaba todas las tareas que habían hecho ellos en esos días. Para él primaria, fue coser y cantar.
Felicitaciones.
Top-top en notas…
¡Qué buena madre soy!
Llegamos a los últimos cursos de primaria, quinto y sexto.
¡¡Puff! Poco a poco empiezo a ponerme nerviosa. Se lo comento a sus tutores con preocupación:
– No me parece normal que mi hijo falte tanto a clase. No puede ser que siempre esté malo
– Mujer si es alérgico, es normal ¿Tú has visto qué mala cara tiene? Además, no pasa nada. Sabes que él no tiene problemas, recupera todo en seguida.
Estos dos años fueron decisivos. ¿Por qué? Porque apareció en nuestra vida el Fornite o como yo le llamo «El destroza-familias».
Este juego, es super adictivo.
(Esto da para otro artículo entero)
Empezó a jugar el verano de quinto de primaria. Jugaba con sus compañeros de clase. Yo trabajaba por las mañanas y él tenía cancha libre. Por las tardes, nos íbamos a la piscina. Pero el tiempo que pasó inmerso en el juego fue suficiente para que se enganchara. Llegó sexto y yo lo tenía muy claro, ya no aguantaba más. El instituto estaba a la vuelta de la esquina, y esto tenía que cambiar: Prohibidas las tecnologías entre semana, incluso si estás malo. Y sólo faltarás a clase, si tienes fiebre.
Así se lo hice saber a él y a sus profesores.
Pero nada, él iba a clase y al rato me llamaban para que lo fuera buscar. Yo tenía trabajo, así que al final, le dejaba hacer lo que le diera la gana en casa. ¿Sabes cuáles eran los días de la semana que más me llamaban? Lunes y martes. Sí, después de haber estado con pantallas gran parte del fin de semana. ¡Blanco y en botella! aunque yo seguía sin darme cuenta.
Llega final de curso. Acaba primaria, y las felicitaciones eran aún mayores.
Su padre y yo llorando de la alegría por las cosas tan bonitas que nos decían de él. Así que, como le habíamos prometido…
– Hijo, te lo mereces. Aquí tienes tu ansiado móvil-
¡Qué buena madre soy y qué controlado el tema de las tecnologías!
-Mi hijo ha sido el último en tener móvil de todos sus amigos- decía orgullosa entonces.
¡Cómo me auto engañaba!
Por fin llegamos al Instituto, y como cada año, tenía que quedar con su tutor o tutora lo antes posible para darle los informes y protocolos en caso de una reacción alérgica. Así que aproveché y le comenté de nuevo mis preocupaciones. Me dijo – ¿Quieres que lo vea el orientador? Es posible que él detecte algo extraño. Vale, le dije yo.
Días más tarde me llamó el orientador a casa, para decirme que no tenía que preocuparme de nada, que, si el niño estaba malo, pues estaba malo y listo. Bueno qué os voy a contar, hablamos del curso 2019-2020, llega nuestro querido Coronavirus. Meses en casa realizando todo con pantallas: clases, deberes y ocio.
La cosa no podía ir peor.
Yo lo comentaba – es que mi hijo adolescente, no sale de la habitación – y se reían de mí.
¿Qué esperas? eso es lo normal. Me decían los que no tenían hijos. Y los que tenían hijos adolescentes me decían, todos están igual, es lo que hay. Vamos, que todo parecía normal.
Con mi optimismo característico llegamos a segundo de la ESO. Estaba convencida de que iba ir a clase sin problemas. Ya era mayor y era más consciente de la importancia que tienen los estudios. ¡Aaaayyy Patricia! Nunca aprenderás. Nada más lejos de la realidad. El segundo día de clase ya empezó a encontrarse mal. Pasaron los días y lo mismo de siempre, pero multiplicado por 100:
✅ Los dolores de cabeza se convirtieron en migrañas de tres días
✅ Los dolores de barriga, se convirtieron en vómitos y diarreas
✅ La dificultad para respirar se convirtió en verdadera ansiedad
✅ El cansancio, en total desgana.
✅ Y suma y sigue…
Caída en picado de sus notas.
Primeros suspensos de su vida.
¡Qué mala madre soy!
Todos los días en la pediatra, y de la pediatra, al hospital. No le detectaron ninguna anomalía. Así que estaba claro, todo estaba en su cabeza. Llegado a ese punto, tomé dos decisiones:
La primera: Buscar ayuda. Lo mejor que he hecho en mi vida. Mi Psicopedagogo me abrió los ojos y me guía en el camino hacia la recuperación.
La segunda y la más dura: Dejé de justificar su faltas a clase. Sabía que eso traería consecuencias para su padre y para mí, pero tenía que conseguir que mi hijo se diera cuenta de que esto iba en serio.
La primera medida y como es lógico, fue limitar su horario en cuanto el uso de pantallas.
Si tenía alguna duda sobre su diagnóstico, en ese momento se despejó por completo. Los ataques de ira son síntoma inequívoco de la adicción a las pantallas. No voy a indagar más en el tema, para eso están los profesionales. Lo que sí te quiero decir es que, aunque los ataques de ira impresionan mucho, es lo primero que se les pasa. En cuanto se dan cuenta de que no consiguen nada, dejan de tenerlos. Mi hijo en concreto tuvo tres el primer mes, y luego nunca más. Y ese fue su primer logro. Su comportamiento a partir de ahí volvió a ser excelente. Volvió a dirigirse a mí con educación, y a ser el niño bueno y cariñoso que era. En definitiva, volvió a ser el hijo del que tan orgullosa estuve siempre. Así que hicimos una lista de objetivos a cumplir.
Por tanto:
Ya sé lo que estás pensando, en esta lista faltan dos cosas:
– El deporte
– Y la vida social, salir con sus amigos
No me lo he marcado como objetivo porque, mi hijo jamás ha dejado de lado ni el deporte, ni la vida social.
Jugar a básquet es su pasión.
Y en cuanto a la vida social, si la pandemia lo permitiera, no entraría en casa. El día tiene 24 horas, hay tiempo para todo.
Ahora me imagino que querrás saber cómo hemos conseguido que nuestro hijo deje de lado las pantallas para estar con su familia o leer.
Pues con muchísima paciencia, asertividad y comprensión. Suena a tópico, pero es así.
No discutas nunca con tu hijo adolescente. Escúchale y llega a un acuerdo.
Deja las normas y los horarios claros. En este punto es muy importante que lo hagáis juntos. Que el adolescente se sienta partícipe en la toma de decisiones, le ayudará a sentir que importa y las cumplirá con mejor humor.
Tengo un truquillo (y esto es de mi cosecha) que a mí me ha ayudado a conseguirlo.
«Volver atrás en en tiempo»
Me explico: ¿Te acuerdas cuando tu hijo tenía 3-4 o 5 años?
Lo llevabas al parque, extraescolares, jugabas con él… lo que fuese con tal de agotarlo y que durmiera como un lirón. Lo tenías asimilado, gran parte de tu tiempo lo dedicabas al cuidado de tu hijo. Tenemos la falsa idea de que al llegar a la adolescencia esto se acaba, y ya se apañan ellos. Pues no es así. Necesitan que «los llevemos al parque», es decir, debemos mantenerlos ocupados para que no tengan esa necesidad de pasar sus horas con videojuegos, móvil, Tablet, u ordenador.
Con esto conseguirás dos cosas:
1.- Reducir las horas de pantallas
2.- Pasar más tiempo con tu hijo
Aunque no te lo creas, tu hijo o hija a pesar de que no lo demuestra, quiere pasar tiempo contigo.
Sí, ya lo sé. Es más cómodo que esté jugando a la Play que salir con él a dar una vuelta en bicicleta. O dejar que pase horas con el móvil para poder ver tu serie favorita en Neflix.
¡Vamos!, no pretendas que tu hijo cambie sus hábitos, si tú como padre o madre, no le das un giro a los tuyos.
¿Te has parado a pensar cuántas horas pasas con el móvil, o con la Tablet?
A la hora de dormir, ¿lees, o te emparras viendo series, o bicheando en Redes Sociales?
Piénsalo un poquito.
De todas formas, lo ideal, al igual que hice yo, es que contrates la ayuda de un psicopedagogo, que te ayudará a saber cómo debes hablar con tu hijo y qué límites debes poner.
En resumen: ¿cuántas horas al día puede estar mi hijo con pantallas?
Entre semana, 2 horas.
En fin de semana, 4 horas.
He leído que nuestros peques pueden disponer de pantallas un número de horas, en proporción a su edad.
Estoy completamente de acuerdo. Yo nunca he llevado un control. En realidad, entre semana tenía demasiadas actividades y no hacía falta, pero reconozco que, el fin de semana, no había límite.
Pensaba que no necesitaba que lo controlara. Era tan bueno, … Y, además, yo me decía a mí misma – ver vídeos en Youtube es como ver la televisión Cuando yo tenía su edad, veía mucho la tele.
Pero no es lo mismo, os lo aseguro. Nada tienen que ver los programas que veíamos nosotros en la tele con los contenidos y el ritmo frenético que llevan los Youtubers.
También se acostumbran a no ver anuncios, a no tener que esperar, y esto no ayuda nada. No aprenden a tener paciencia.
Ahora es adolescente y a pesar de que las normas están claras, intento que las cumpla sin que se dé cuenta.
Como he comentado busco la manera de entretenerlo con otras actividades. Así lo alejo de las pantallas sin el estrés de que esté todo el rato, mirando el reloj a ver cuánto tiempo le queda.
A los adolescentes nos les gusta mucho el control así que hay que ser creativo. Tiene que parecer que son ellos los que toman las decisiones.
Sólo hay una norma que no paso nunca por alto. A la hora de cenar, se acabaron las pantallas. Esto es importantísimo para que el descanso sea efectivo.
Y ahora volvamos a la pregunta original:
¿Debemos o no debemos controlar el tiempo que pasan nuestros hijos con pantallas?
Por supuesto que sí, pero en ningún caso eliminarlas de sus vidas. Las pantallas han venido aquí para quedarse, y no todo son desventajas, también tienen sus beneficios. No podemos mantener a nuestros hijos en un mundo paralelo e irreal.
Tenemos que ayudarles a utilizarlas con responsabilidad y que aprendan a convivir con ellas, sin que suponga una distracción a la hora de realizar sus tareas u obligaciones.
Llegados a este punto te pregunto: Con respecto al uso de pantallas en casa,