Josep López Romero: “El mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos es un poquito de tiempo cada día”

Josep López Romero es autor de varios libros de crecimiento personal y ha acompañado a más de un centenar de autores en la escritura de sus libros. También es padre de Martí y Rita, que han inspirado El pequeño libro para mis hijos adolescentes (Alienta Editorial), un precioso y cuidado volumen que pretende ser una brújula para unos jóvenes que empiezan a volar en solitario. “La comunicación con los adolescentes no siempre es fácil. Nos da, a ellos y a nosotros, cierta vergüenza hablar de cuestiones como el amor o el miedo, dos de los grandes asuntos de la vida”, afirma Josep. Y en este libro habla sobre ellos, y sobre muchos otros, en una guía que pese a ser tan personal adquiere una dimensión universal, porque todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos.

Por Adrián Cordellat

FOTO DE LUIS MALIBRÁN

El pequeño libro para mis hijos adolescentes es una carta-legado para tus hijos, algo muy personal, pero lo cierto es que puede servir para cualquier padre con hijos en la adolescencia. Al final, supongo, todos queremos cosas muy parecidas para nuestros hijos, trasladarles unos valores que consideramos esenciales, ¿no?

Todos los padres queremos que les vaya bien, que tengan una buena vida, que sean felices. Y sufrimos si no lo son, porque además de empatía tenemos un vínculo afectivo muy fuerte con ellos. Ahora bien, ¿qué es una buena vida? Empiezo el libro planteándoles esta pregunta. Y creo que los adultos también nos la tenemos que plantear, o replantear, porque nos dejamos llevar por la tendencia general y eso no siempre nos conduce a la felicidad. Si los adultos no sabemos cómo tener una buena vida, ¿cómo se lo vamos a enseñar a ellos?

Precisamente dices en la introducción que en el libro has querido reunir una especie de “instrucciones básicas para tener una buena vida”. Llegados a la adolescencia, una época en la que los hasta no tanto niños empiezan a buscar su espacio, la diferencia con sus progenitores, su propia personalidad… ¿son estas instrucciones más importantes que nunca?

Creo que son importantes sobre todo al final de la adolescencia, cuando los hijos se hacen mayores y empiezan a volar solos. Entonces tienen que encontrar su lugar en el mundo de los adultos y muchas veces andan despistados. Por eso pensé que no les iría mal algo así como un pequeño manual de instrucciones que les sirviera como brújula para afrontar los grandes temas de la vida: la profesión, la pareja, la familia, el amor, la amistad, los valores… Son esos temas que todos nos encontramos en el devenir de la vida y que nos plantean dudas y retos.

Me pregunto si a Josep López Romero le hubiera gustado recibir un libro así, con instrucciones para la vida, de sus padres.

Me hubiera encantado, por supuesto, por eso me animé a escribírselo a los míos. La comunicación con los adolescentes no siempre es fácil. Nos da, a ellos y a nosotros, cierta vergüenza hablar de cuestiones como el amor o el miedo, dos de los grandes asuntos de la vida. Por eso me animé a escribírselo, para que al menos tuvieran una pequeña guía a la que recurrir si en algún momento creen que lo necesitan. De todos modos, mis padres, como casi todos los padres, también intentaron de alguna forma darme unas instrucciones de vida, lo que pasa es que lo hicieron a su manera, como buenamente supieron y pudieron.

«Si los adultos no sabemos cómo tener una buena vida, ¿cómo se lo vamos a enseñar a nuestros hijos?»

Sin salir de la introducción: dices que por pudor o por inercia nunca habías hablado a tus hijos de lo que piensas sobre esos grandes temas de la existencia humana que comentabas. Y añades luego que hemos delegado esa transmisión de conocimiento en la escuela…cuando no en YouTube y las redes sociales. Creo que muchos padres se van a sentir identificados. ¿Vamos tan liados que no dedicamos a hablar con nuestros hijos el tiempo suficiente en una etapa en la que es posible que, aunque ellos lo nieguen, nos necesitan más que nunca?

Sí, nos dejamos arrastrar por el día a día y no les dedicamos el tiempo que necesitan. El mejor legado que podemos dejarles es un poquito de tiempo cada día. Eso sí, desde una posición diferente a cuando eran niños. El papel de los padres con los adolescentes, en especial cuando llegan a la última etapa de la adolescencia, debe ser diferente. Nuestro lugar ya no está «encima», ni siquiera «al lado», pues ya tienen a sus amigos, que son sus iguales, sus pares. Nuestro lugar debe estar «detrás», atentos a cómo crecen y maduran, pero sin agobiarlos ni sobreprotegerlos. Dejando que experimenten y cometan sus propios errores, pero manteniéndonos cerca para cuando quieran recurrir a nosotros. Porque, como dices, nos siguen necesitando, seguimos siendo para ellos un referente muy importante.

¿Cómo se da uno cuenta de que ha llegado ese momento para hablar de estos temas?

En mi caso fue cuando mi hijo mayor empezó a ir a la universidad. Se sacó el carnet, se compró un coche de segunda mano con sus ahorros y empezó a decidir cuándo iba y venía. Me di cuenta de que se había hecho mayor, de que empezaba a desplegar sus propias alas y que ya no necesitaba las mías. Y ahí supe que mi lugar y mi papel como padre tenían que cambiar. Fue un momento de sentimientos encontrados, porque por un lado me sentí feliz de ver cómo empezaba a ser autónomo y tomar sus propias decisiones, me sentí orgulloso y satisfecho. Por otro sentí que ya no sería nunca más mi niño y lo viví como una pérdida, con cierta tristeza. Pero está bien así. La tristeza nos ayuda a asimilar los cambios y a reubicarnos.

Hablas del libro como una brújula para que tus hijos siempre sepan encontrar el norte, “porque si uno tiene un norte nunca está del todo perdido”. ¿Dónde considera Josep López-Romero que está ese norte?

Para mí el norte está en el conocimiento y en el amor. Lo dice maravillosamente Gibrán en El Profeta, en concreto en la cita que pongo al principio del libro, que es una síntesis perfecta de lo que para mí es la vida: “Y yo os digo que la vida es, en verdad, oscuridad cuando no hay un impulso. Y todo impulso es ciego cuando no hay conocimiento. Y todo saber es vano cuando no hay trabajo. Y todo trabajo es vacío cuando no hay amor.”

«Cuando tenemos hijos adolescentes nuestro lugar ya no está «encima», ni siquiera «al lado». Nuestro lugar debe estar «detrás», atentos a cómo crecen y maduran, pero sin agobiarlos ni sobreprotegerlos»

La posdata es preciosa, con esa referencia a la fragilidad de la vida. No sé si compartes la opinión conmigo, pero tengo la sensación de que hasta que no eres padre, no te das cuenta realmente de lo frágil que es la vida…

Sí, es cierto. Hay dos movimientos que nos hacen tomar conciencia de la fragilidad de la vida: el nacimiento y la muerte. Cuando los vivimos cerca adquirimos una visión de la trascendencia, de lo profundo de la existencia y a la vez de lo efímero, de lo frágil. Nos damos cuenta de que esto no es para siempre, de que algún día nos iremos y ya no podremos abrazar a los que amamos. Pero es bueno tomar conciencia de esto, porque nos hace vivir con más intensidad y verdad. Saber que en cualquier momento la vida se puede acabar te hace valorarla más y aprovecharla.

Y para terminar, y teniendo en cuenta que en el libro has escrito sobre un montón de temas trascendentales, me gustaría saber si ha habido alguno que te ha costado especialmente encarar. ¿Cuál ha sido?

Seguramente el de la pareja. La pareja es un lugar maravilloso de aprendizaje, un lugar para cuestionar tus certezas y abrirte a otras nuevas. Un lugar para crecer. Y yo sigo aprendiendo y creciendo. No soy ningún maestro, sólo un humilde aprendiz.

Autor entrada: Adrián Cordellat

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