Jaume Funes lleva más de 40 años dedicado a acompañar la adolescencia. Fruto de esa experiencia, publica un nuevo libro: «Quiéreme cuando menos me lo merezco, porque es cuando más lo necesito».
Pese a que la adolescencia es un proceso normal no deja de darnos miedo. O quizás no es miedo, sino cierto temor a lo desconocido. La incertidumbre. No ayudan los mensajes permanentes que nos llegan sobre esta etapa; mensajes que nos hablan de rebeldía, incomprensión, alcohol, ciberbullying… Pero, cuidado, «no tiene sentido ponerse a temblar antes de que llegue su adolescencia», dice Jaume Funes, psicólogo, educador y periodista, que lleva más de cuatro décadas acompañando a adolescentes en este momento vital. Ahora, fruto de esa experiencia, publica «Quiéreme cuando menos me lo merezco, porque es cuando más lo necesito», un libro con el que comprender, o incluso recordar, una etapa ya olvidada para quienes somos padres y madres hoy. También para acompañar mejor a nuestros hijos y que puedan, como explica Funes en sus páginas, «aventurarse sin sentir en ningún momento que tus adultos te han dejado solo”.
Los primeros años de crianza pueden ser duros. Las noches sin dormir, las dudas, los miedos, las rabietas… Pero cuando parece que todo se estabiliza nos asustan con la adolescencia. ¿Debemos temer esta etapa o realmente tiene una fama que no se merece?
Objetivamente la complejidad y el impacto de la educación en los primeros años de vida es mucho mayor que la que vendrá en las etapas posteriores. La gran diferencia es que el niño o la niña pequeños apenas pueden oponerse a nuestros deseos y pretensiones, mientras que el o la adolescente comienzan su nueva etapa vital oponiéndose y poniéndonos en crisis. Empezamos a convivir con personajes que quieren romper con su infancia y demostrarnos que han cambiado, que lo saben todo, que controlan y que son invulnerables. Mientras tanto, nosotros empezamos a angustiarnos porque los vemos todavía “tiernos” y porque nos gustaría garantizar que no se estropean, que el final de su educación acabará en buen puerto.
No tiene sentido ponerse a temblar antes de que llegue su adolescencia. Tan solo conviene mentalizarse de que, como en cada una de las etapas anteriores, tendremos que aprender a educar de otra manera y a envejecer con garbo.
Quiéreme cuando menos lo merezca… porque será cuando más lo necesite. ¿Qué necesitamos para poner esta premisa en práctica? Lo pregunto porque muchas veces sabemos la teoría, pero en la práctica perdemos los nervios con mucha facilidad…
La “teoría” sirve cuando tenemos un buen día y la tiramos por la borda cuando llegamos a casa atacados de los nervios. Pero, no deja de ser cierta, añadiendo el gran matiz de la adolescencia, el “depende”, la contradicción, la cara y la cruz. Todavía necesitan besos, pero pobres de nosotros que intentemos dárselos. Quieren hacer su vida, pero no quieren estar solos. Quieren que nos preocupemos, pero no que nos metamos en su vida…
El título refleja esa tensión que sufrimos cuando viendo sus formas impertinentes los enviarías a paseo, pero te paras a pensar que justamente ahora te preocupa toda su vida y vas haciendo el esfuerzo de no reaccionar negativamente, de darle la vuelta a las confrontaciones.
Todavía necesitan besos, pero pobres de nosotros que intentemos dárselos. Quieren hacer su vida, pero no quieren estar solos. Quieren que nos preocupemos, pero no que nos metamos en su vida…
Dices al principio del libro que “vivir la adolescencia es aventurarse sin sentir en ningún momento que tus adultos te han dejado solo”. Es una reflexión maravillosa que creo que debería aplicarse a todas las etapas de la vida… No sé si en la adolescencia tiene aún más importancia.
El adolescente es un “explorador reprimido”. Un personaje que necesita descubrir mundos desconocidos, sin planos y sin el equipaje de la experiencia, mientras le rodean un conjunto de personas adultas que no paran de alertarle sobre los peligros, intentan evitar que experimente, ven problemas en lugar de atractivos.
Sin embargo, no tiene sentido una adolescencia sin “aventuras” personales, de grupo, de tribu de iguales. Aventuras que tienen su dosis de angustia, sus tensiones, sus balances. Si a su alrededor hay adultos positivos le permitirá descubrir, por ejemplo, ver la cara que ponemos y pensar que a lo mejor no se trata de algo trivial. Comprobar si existen o no razones para que su conducta nos preocupe. Aventurarse con algún criterio porque le hemos facilitado, a él y a sus amigos, el acceso a la información necesaria. Tener cerca adultos positivos que le permitirán aprender del balance de sus experiencias. Sentir que si algo no sale demasiado bien siempre estamos nosotros, sus adultos.
¿Le imponemos demasiadas cosas a los adolescentes?
Probablemente no. Quizás algunas familias sí, y otras más bien pasan de ellos y ellas. Nos falta bastante pedagogía del pacto y nos sobran imposiciones con escasa razón de ser. Nos falta educarlos para pensar y nos sobra la defensa de un mundo adulto en crisis. Confiamos en la norma y tratamos de que alguna ley los reconduzca al buen camino en lugar de intentar educar éticamente. Hablamos de límites y olvidamos facilitarles opiniones, valores, negociación de normas, criterios para convivir. Nos olvidamos de educar la felicidad.
Nos falta bastante pedagogía del pacto y nos sobran imposiciones con escasa razón de ser.
Las distintas épocas cambian la manera en la que vemos la adolescencia. Citas en el libro “Yo, tu madre”, un libro de 1985 en el que las preocupaciones eran otras. ¿Qué les preocupa a las familias con hijos adolescentes hoy?
En los años 80 del siglo pasado aparecen dos grandes cambios de importante efecto educativo: la adolescencia pasa a ser obligatoria y el acceso a la ocupación comienza a atrasarse, ya no es algo automático después de la formación. Las familias obreras ven cómo sus hijos e hijas ya no pasan a ser aprendices, sino que el “crecimiento” (la pubertad) deja de ser una transición y pasa a ser un largo tiempo de inactividad que le llaman adolescencia. Las familias de clases medias comprueban que la emancipación, la marcha de casa hacia la propia autonomía, se dilata. Quieren que se vayan de casa, pero las crisis económicas hacen descubrir que fuera de casa se vive bastante peor. En todos los casos se instala la adolescencia y aparece la post adolescencia y, luego, la eterna juventud. Algo de todo eso sigue hoy de manera agudizada, especialmente porque la formación y el empleo no van asociados.
A madres y padres les preocupan los riesgos y las aventuras, les angustia que acaben enfrentados con la escuela. Sueñan con el adolescente moderado y buen estudiante. Siguen preocupados por cómo garantizarles un futuro en positivo. No saben cómo facilitarles la autonomía mientras siguen en el hogar familiar.
¿Y las expectativas que tenemos hacia la adolescencia? ¿Dirías que han cambiado o siguen siendo irreales?
La verdad es que no acabamos de ponernos de acuerdo en para qué ha de servir la adolescencia, ya con tres décadas siendo obligatoria. Seguimos colocándola en zona de nadie a la espera de que maduren y se hagan jóvenes. Pero, ya es una nueva etapa educativa para la que hay que acordar unas tareas, unos objetivos, unas formas de vida, etc. No podemos dedicarnos a escolarizarlos y esperar que pasen cuanto antes por ella. Debemos pensar qué significa ser adolescente hoy, de diferentes maneras, y hacer posible que gestionen sus adolescencias en positivo. Luego ya nos preocuparemos de su futuro. De momento a ellos y ellas no les importa.
Has trabajado durante 40 años con adolescentes. ¿Cuál es la mayor enseñanza que te han regalado?
Que todos y todas, por muy convulsa que sea su adolescencia, merecen tener personas adultas cercanas que les transmitan la esperanza de que llegaran a ser de otra manera. Descubrir que, como ni están quemados ni son hipócritas, la vida puede tener cada día algo nuevo por lo que vale la pena entusiasmarse. Las caras que ponen cuando descubren que un señor mayor parece entenderlos.
Recopilas en el libro las distintas necesidades educativas que tienen los adolescentes. Aunque a pueden ser comunes a la adolescencia, ¿cómo podemos gestionar esas necesidades a nivel individual sin riesgo de caer ni en “pasotismo” ni en sobreprotección?
Han de poder comprobar que nuestra preocupación por ellos y ellas es la misma cuando dicen que todo es una mierda que cuando parecen comerse el mundo. Escuchamos para descubrir qué les interesa en cada momento. Insistimos en estimularlos y en empujarlos a que se muevan, aunque nos respondan con un bufido. A la vez, sabemos dejarlos estar, aunque nos incomode como pierden el tiempo. También les hablamos, dejando caer frases, sobre nuestros entusiasmos y nuestros aburrimientos. Comentamos cómo es para nosotros la buena vida.
Por último, dices de los adolescentes que no “nacen” ya adolescentes sino que hay una historia vital detrás. ¿Qué hay de carácter en el niño y adolescentes después, y qué hay de educación? No sé si a veces por mucho que hagamos, el carácter de cada persona es el que es y lo nuestro es más una lucha de David contra Goliat.
Aunque con cada niño partamos de unas posibilidades genéticas diferentes nadie llega a ser nadie de manera automática. Para eso está la educación, para hacer posible el desarrollo y para estimularlo en unas direcciones u otras. Educar siempre es construir oportunidades, de afecto, de aprendizaje, de relación, de experiencias, etc. Cuando llegan a la adolescencia tiene construida su manera de ser, pero no totalmente. Las experiencias de la adolescencia marcan de manera singular y condicionan una parte de lo que serán después. Por ejemplo, su temperamento les hace buscar sentirse querido de una determinada manera y tendrán que adaptarlo a un nuevo formato que es enamorase. Sin embargo, su primera vez amorosa, puede que deje una huella de alto impacto para las próximas relaciones.
En la adolescencia entra en crisis toda nuestra tarea educativa de las etapas infantiles. Nos parece que se ha borrado todo. No es así. Reaparecerá después, será un bagaje que al final volverá a la superficie. Que no deja de influir, sumergido, mientras hacen de adolescentes que niegan su infancia.
Aunque con cada niño partamos de unas posibilidades genéticas diferentes nadie llega a ser nadie de manera automática.
2 thoughts on “Jaume Funes: «Los padres y las madres sueñan con el adolescente moderado y buen estudiante»”
LUCIA CHACON MCWEENY
(22 febrero, 2019 -10:36 am)Fantástica entrevista, me ha encantado. Viviendo la adolescencia de lleno en casa, es estimulante leer a Jaume Funes. Gracias.
Bzcenci
(25 febrero, 2019 -9:05 pm)Como hispanohablante de sudamérica me choca un poco que se diga, por ejemplo
unas tareas, unos objetivos, unas formas de vida…
nosotros diríamos
tareas, objetivos, formas de vida. Sin artículo.
Tengo que releer viejos autores españoles para sarme cuenta si es una modalidad moderna o siempre han escrito así.
Atentamente.