Hiba*, de dos años, corre mientras su hermano Nadir*, de cuatro años, la persigue entre carcajadas. «Cuando sea mayor quiero convertirme en un oficial de policía», dice Nadir. La madre de los niños Alia*, de 21 años, sonríe cuando mira a sus hijos mientras sirve té negro dulce a su marido Abdel*, de 28 años, y a su suegra Fatima*. Los adultos están sentados en un colchón cubierto con una manta de lana que también sirve como cama y sofá. Es el único mueble que posee la familia.
Aunque es casi verano, todos visten abrigo. Viven de alquiler en un piso de dos habitaciones en la zona este de Aman, la capital de Jordania. El techo está hecho de hierro y no mantiene el frío a raya; tampoco disponen de calefacción en el apartamento. «En Siria éramos dueños de nuestro hogar; ahora no tenemos nada, pero al menos estamos juntos», dice Alia.
Esta familia siria sirve de ejemplo para visibilizar el drama que viven muchos refugiados sirios. Según el informe Tendencias Globales del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), cada día de 2017 más de 44.000 personas fueron obligadas a huir de sus casas. En total ya son casi 70 millones de refugiados alrededor del mundo. Una lista negra que encabeza Siria, con más de seis millones de refugiados y otros tantos desplazados internos.
Los más visibles son los que han llegado a nuestras costas, a pisar suelo europeo para solicitar ayuda y protección a unos gobiernos que han hecho de la inacción y la falta de solidaridad el eje de sus políticas migratorias. La gran mayoría, sin embargo, se han quedado en países limítrofes como Líbano, Turquía o Jordania, donde tampoco han tenido mucha más suerte. En Jordania, por ejemplo, donde residen Hiba y Nadie junto a sus padres y su abuela, se estima que hay casi 1’5 millones de refugiados sirios, una auténtica marea humana en un país de apenas 10 millones de habitantes. No ha sido fácil su integración. Ni la aceptación por parte de los ciudadanos del país.
A finales de 2017, sin embargo, sopló cierto aire de esperanza. Se puso en marcha un proyecto apoyado por el Reino Unido y la Unión Europea, el conocido como contrato jordano. Se trata de un proyecto experimental de ayuda internacional por el que los países que lo apoyan conceden a Jordania préstamos y acuerdos comerciales ventajosos como contrapartida porque el país abra su mercado laboral a los refugiados sirios.
Abdel trabajó como panadero y electricista en Homs (Siria), pero aún no ha encontrado empleo en Amán. Pese al contrato jordano, la realidad es que el país de Oriente Medio lucha contra una alta tasa de desempleo, lo que hace especialmente difícil para los refugiados encontrar trabajo. La familia de Abdel, que ha sido registrada como refugiados oficiales, sobrevive con los aproximadamente cien euros mensuales de la ONU. Y son unos afortunados. De los cientos de miles de refugiados sirios en Jordania una gran parte no ostenta el estatus oficial de refugiado y se queda fuera de los servicios oficiales. Aún así, la asignación no es suficiente para la familia, ya que apenas les permite costearse el alquiler. «Esta es la peor situación en la que he estado. No tengo trabajo, ni dinero. Ni siquiera puedo ofrecer leche para mis hijos, nuestro dinero solo llega para el aceite y el pan. Podríamos tener que regresar al campamento de refugiados si la situación no mejora», explica Abdel.
El reto de la educación
El otoño pasado las cosas pudieron mejorar: la familia escuchó que les habían concedido asilo en los Estados Unidos. Alia y Abdel tomaron un curso sobre la cultura de California y la sociedad de su futuro país de origen. Después de las elecciones presidenciales en los EE. UU y la victoria de Donald Trump, sin embargo, el proceso de asilo se congeló.
Hoy una de las principales preocupaciones de Alia y Abdel pasa por proporcionar educación temprana y un comienzo adecuado para la vida de sus hijos. Todo ello sin recursos económicos. Por eso Alia se alegró cuando escuchó acerca del centro de educación temprana organizado por Plan International y East Amman Charity para que los niños y niñas refugiados sirios puedan asistir de forma gratuita. Un ejemplo más del encomiable trabajo que están haciendo las ONG sobre el terreno para hacer más llevadera la vida a los refugiados y para intentar garantizar sus derechos a los niños sirios.
En el centro de educación temprana juegan, cantan, hacen manualidades y aprenden los números, las letras y también a trabajar en grupo. Y lo que es más importante, pueden recuperar su infancia. «Que mis hijos puedan aprender y ser felices significa todo para nosotros», dice Alia. «Dejé de ir a la escuela después del sexto grado y deseo que mis hijos puedan estudiar durante el tiempo que quieran: ¡Convertirse en médicos si así lo desean!”.
Alia también sueña con regresar a Homs, su localidad natal, el lugar en el que vivían hasta que fueron expulsados por la guerra que asola a Siria. «Todos los refugiados sirios aquí sueñan con volver a casa. Pero nuestros hogares han sido destruidos y Siria está en guerra. Por el momento, estaría contenta con un lugar seguro donde las personas nos traten como iguales, con dignidad, y donde mis hijos no pasen hambre».
El trabajo de Plan International
Un gran número de familias han huido de la guerra en Siria al país vecino, Jordania. La pobreza, los traumas psicológicos y la inseguridad ensombrecen las vidas de los refugiados, en especial de los niños y niñas. Los menores que sobreviven al peligroso trayecto llegan física y mentalmente afectados y, una vez en los campamentos, sobre todo las niñas, continúan expuestos a grandes peligros como el matrimonio infantil, el tráfico de menores o la violencia física y sexual.
Plan International está ayudando a los niños y niñas refugiados sirios y a las familias afectadas por la guerra de Siria a través de protección infantil, educación y apoyo psicológico. Los centros de educación temprana que la organización internacional ha instalado en los campamentos de Jordania son Espacios Seguros para la Infancia en los que los menores recuperan la sonrisa y donde los padres y madres encuentran esperanza.
En Madresfera nos encanta visibilizar siempre que podemos el trabajo de organizaciones como Plan Internacional, que con su labor solidaria intentan hacer menos difícil y más llevadero el día a día de miles de refugiados en el mundo, especialmente de los más pequeños, que son los que más sufren las consecuencias de la crisis de refugiados; una crisis que de no ser por el trabajo de ONG como Plan Internacional se llevaría por delante lo más preciado que tiene un ser humano: su infancia.