Te levantas un día de fiesta, aparcas tu faceta blogger (esa de currar todos los días) y te dices a ti misma: “hoy voy a descansar”. Pues no, aquí me tienes frente al ordenador.
Y descansar no, pero quedarme descansando y a gustito y desfogar y relajadita sí que me voy a quedar. Y es que estoy hasta el moño (en horario infantil) y hasta el chichi (si lees esto después de las 22:00 hrs).
Resulta que unos señores creen que las/los bloggers seguimos una dieta especial para mantener estos cuerpos maravillosos que la naturaleza nos ha regalado. ¡Ah! ¿Que tú no sigues la dieta blogger?
Es de lo más cómoda, no tienes que pensar en menús, ni contar calorías ni ir a la compra siquiera. ¿No me crees? Te pongo un ejemplo de mi dieta blogger esta pasada semana.
Lunes, miércoles y viernes: visibilidad a demanda, vamos toda la que quieras y hasta saciarte.
Martes: un disfraz
Jueves: material escolar.
Los fines de semana: lo que quieras regado con mucho vino/cerveza para olvidar la semana.
Y ¡funciona! Me mantengo en forma y los seguidores de mi blog están encantados por la diversidad de temas que toco y por las cuñitas publicitarias que les mando a sus correos dos veces a la semana.
Bromas a parte, ¡hasta el moño! (aquí no diré “chichi” para que tengas la percepción de que soy una persona que se toma su trabajo muy en serio).
La última, brevemente. Me contacta un experto en marketing, su cliente que es fabricante de disfraces está enamorado de mi blog hasta el punto que lo considera perfecto para llevar a cabo una acción ahora que se acerca Halloween.
Me pide que escriba un post en mi blog sobre su tienda online y meta un enlace a la misma. Me ofrece ¡un disfraz! (Mira no he comido disfraz desde Carnavales y ya lo echaba de menos)
Y ahora se me presenta un dilema muy grande y considero varias opciones:
1.- Le cuento cuánto me ha costado tener más de 200.000 seguidores en redes sociales, crear una base de datos de suscriptores que roza las 8.000 personas, cómo le araño horas al día para seguir produciendo contenido de calidad y le adjunto mis tarifas.
2.- Le pregunto si su cliente también le va a pagar a él con un disfraz.
3.- Me limito a contestarle “no como disfraces”.
4.- No contesto emails con faltas de ortografía.
A ver si entre todos los que me leéis me sacáis de dudas y le contesto al pollo este antes del 1 de noviembre.
Ahora sí, ya toca descansar.