“Hay una generación que solo ha conocido la guerra y la etiqueta de ser refugiado” #NoSonSoloRefugiados

Leticia Álvarez Reguera en Indomeini.

 

Del fotoperiodista brasileño Sebastião Salgado es la frase “Toda persona puede ayudar, no necesariamente donando bienes materiales, sino formando parte del debate, y preocupándose por lo que sucede en el mundo”. Y personas como las periodistas Irene L. Savio y Leticia Álvarez Reguera materializan esa afirmación y la transforman en pura realidad a través de su trabajo. Valioso trabajo. Ellas son las autoras de ‘Mi nombre es Refugiado’ (Crónica de un exilio, UOC), un libro que te desmonta por dentro a través de las historias de las personas que han vivido el drama de la huida de la guerra en Siria. Historias de adultos pero también historias de niños y de adolescentes que no podemos olvidar que #NoSonSoloRefugiados.

 

Para los que somos padres, solo el pensamiento de imaginarnos teniendo que huir del horror de una guerra nos parte en dos. ¿Cómo lo han vivido esos padres que han tenido que hacerlo?

Leticia: Donde más sentí el dolor y miedo fue en las islas griegas. Cuando llegan las barcazas los padres rompen a llorar con los niños en brazos. Es uno de los momentos con más tensión. Recuerdo como Mohamed, el padre de Aysha, fotografió todo el camino con sus hijos siempre sonriente, cuando llegó estaba temblando de miedo. Hay madres solas con más de cinco hijos durmiendo encima del barro. Mujeres embarazadas sin poder hacerse una ecografía, no pueden ir al médico. Muchas terminan dando a luz en pésimas condiciones , en los campos de refugiados o en hospitales por cesárea, y a algunas ni siquiera les dan cama en planta. Un momento tan delicado para la mujer como es el parto en esas condiciones es una tortura. Estaba embarazada cuando cubrí el desalojo de Idomeni con las miles de familias que se quedaron atrapadas en campos de refugiados en Grecia. Las madres con las que compartí confidencias, tardes de charlas y kilómetros de la ruta son unas luchadoras y supervivientes, son ellas las que permiten que las condiciones sean más humanas a pesar de la tortura que están viviendo.

Irene: Recuperando uno de los instintos más fuertes y corrientes que conserva el ser humano, el de la supervivencia. Cada uno buscó su forma para protegerlos, hizo lo que estaba a su alcance, tomó decisiones, a veces dolorosas, a veces muy arriesgadas. Hubo quien los entregó a familiares y amigos en la esperanza de permitirles seguir el camino, quien cruzó ríos y bosques bajo temperaturas gélidas con tal de seguir con su viaje, quien intentó siempre mantener la sonrisa para endulzarle la añoranza a sus niños, quien los cargó sobre sus espaldas por kilómetros y kilómetros.

“Las madres con las que compartí confidencias, tardes de charlas y kilómetros de la ruta son unas luchadoras y supervivientes.”

¿Nos olvidamos muchas veces desde la comodidad de nuestros hogares que aquellas personas que huyen son familias como la nuestra, que un día eso mismo podría pasarnos a nosotros?

L: Claro que podría pasarnos y Europa ha sido refugiada. Puede parecernos lejano porque al ver que llegan de Siria, Afganistán, Irán… no son nuestros vecinos pero son como nosotros y eso es lo que refleja el libro, su voz, historia y día a día. No somos distintos, esas familias luchan , lloran, pasan hambre, frío y se enamoran como el resto de personas, como los españoles o los noruegos. Son personas.

I: Creo que sí y eso es aterrador. Es aterrador pues pone en evidencia una falta de empatía hacia el otro que implica también no guardar memoria de la historia del mundo y de Europa, de los millones de europeos que huyeron a América del Sur y del Norte, de las persecuciones, violencias, violaciones de DDHH que sufren cotidianamente tantas, demasiadas personas. Significa no sentirse parte de la comunidad de la raza humana.

Atrás queda la imagen del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, que removió a todo el mundo. ¿Sirve humanizar la historia para que tengamos más conciencia de lo que está ocurriendo?

L: Sí que sirve porque las personas que huyen de conflictos, los refugiados, tienen que tener voz, la historia de la ruta la escriben ellos. Y ahí es donde tenemos que poner el acento, en ellos, porque es su relato y si se escucha crea conciencia. No creo que la historia nos juzgue, es el argumento que muchos utilizan para llamar la atención de Europa, pero si hay que escribir y dar a conocer cómo y por qué ocurrió lo que llamamos la “crisis de los refugiados”. Es muy importante para que generaciones futuras conozcan lo que está ocurriendo, aunque pensemos que no sirve de nada lo que hagamos desde nuestras casas, sí que sirve, crear conciencia es fundamental.

I: Sí, sirve. Permite que el mensaje llegue de manera más sencilla, inmediata y ‘humana’, contribuye a que las personas recuerden y ayuda a entender que siempre hay que recordar que no estamos hablando de números, estadísticas, opiniones, sino de nombres y apellidos. Todo ello constribuye a sensibilizar la opinión público y puede generar presiones sobre la política. Sin embargo, tras el movimiento inicial que generó aquella imagen, la ola de solidaridad, indignación y vergüenza que levantó, todo sigue igual.

“Es muy importante para que generaciones futuras conozcan lo que está ocurriendo, aunque pensemos que no sirve de nada lo que hagamos desde nuestras casas, sí que sirve.”

¿Nos hemos acostumbrado ya a este tipo de imágenes? ¿Nos hemos insensibilizado ante ellas?

L: No nos hemos insensibilizado, es imposible, lo que sí que creo es que tenemos un límite para asimilar imágenes y noticias de este tipo. Muchas veces el formato de noticia de última hora deshumaniza porque tampoco hay más espacio. Al final pueden terminar siendo solo cifras y números de fallecidos intentando llegar a Europa. Por eso hay que poner voz y apellidos a la situación. España es uno de los países con más voluntarios en Grecia. Hay muchas iniciativas para ayudar. Pequeños pasos consiguen grandes cambios. No podemos caer tampoco en la demagogia y en los grandes eslóganes, no, creemos conciencia social, eso es lo importante. Si la sociedad está informada acogerá a los refugiados sin perjuicios.

I: Hoy día nos enteramos de situaciones geográficamente muy lejanas a nosotros con una rapidez inimaginable hasta hace pocas décadas, pero esto también ha tenido como consecuencia el hecho de que a menudo esas imágenes terminen siendo miradas distraídamente, sin que haya una comprensión profunda de las historias de dolor que hay detrás.

¿Por qué ‘Mi nombre es Refugiado’? ¿Qué os movió a escribir el libro?

L: “Mi nombre es refugiado” es la frase que más se escucha en el camino. Se sienten deshumanizados y reclaman que no son solo un número y una palabra “Refugiado”. Decidimos escribir el libro porque había algo que se perdía en nuestras coberturas. Teníamos mucho material, muchas horas con ellos, hemos recorrido el camino unas cuatro veces y esa historia que no aparecía en nuestras crónicas tenía que ser contada. Es importante que su voz quede plasmada, su voz y no la de los periodistas o voluntarios. En el libro son ellos los que hablan.

I: Leticia y yo llevábamos muchos años recorriendo los Balcanes, conocíamos el terreno y ya habíamos cubierto historias de migración en toda esa frágil región. Por ello, cuando nuestros medios de comunicación se interesaron por la gran crisis migratoria de 2015 y 2016, fuimos a cubrirlo. Fue una experiencia muy intensa. Mi hija acababa de nacer y ver a todos esos niños desamparados… todo ello me generó una sensación de frustración e impotencia.

¿Cómo era posible que esas personas que huían de la guerra tenían que enfrentarse a recorrer países a pie como si estuviéramos en la Edad Media? ¿Quiénes eran los responsables? ¿Nosotros mismos? ¿Cómo os ha marcado la experiencia, el conocer de primera mano todas estas historias, a nivel profesional? ¿Y personal?

L: A nivel personal y físico fue difícil de llevar. Muchas emociones en siete países que recorrimos con Mohamed y Aysha, todas esas fronteras con miedo a terminar en la comisaría y agotadas físicamente. Fue una inmersión muy intensa en la ruta y en el camino. Muchas horas con ellos durmiendo en coches abandonados o tiendas de campaña, aunque en parte de la ruta nosotras podíamos ir a un hotel a dormir. Fue una bofetada de realidad. A día de hoy las personas con quienes compartí el camino; Mohamed, Nedal, Nour… se han convertido ya en buenos amigos. Aprendí muchísimo con ellos.

I: A nivel profesional, ha sido un desafío, y lo continúa siendo también, pues la delgada línea que existe entre el periodismo y activismo a veces no resulta tan evidente. Yo considero que hay que mantenerla y respetar esa división, pero reconozco que no es fácil cuando se trata de situaciones tan dramáticas como la de los refugiados. Además de ello, una vez más, he aprendido que el diablo está en los detalles. De hecho, a nivel macroscópico, el contexto de esta crisis está claro pero, a su vez, todavía son muchos los aspectos que deben aclararse, como por ejemplo el funcionamiento de las redes de traficantes. Otra pregunta que a menudo me hago, a pesar de todos los tropiezos y los fallos, es si de esta crisis nacerá una nueva Europa, una mejor Europa.

¿Qué es lo más duro de lo que habéis sido testigo hasta la fecha?

L: Para mí fue más difícil la ruta que cubrir por ejemplo un conflicto bélico. Lo más duro fue la mañana en la que Fátima me envió un mensaje de “AYUDA”, empecé a temblar, me bloqueé unos segundos, en ese momento sabes que una persona puede estar muriendo y no puedes hacer nada, esa impotencia da muchísima rabia. Además iba con toda su familia, niños pequeños. El día más feliz fue cuando volvió a llamarme para decirme que todos estaban bien.

I: Pregunta muy difícil de responder. La historia de la pequeña Samia, la joven yazidí que protagoniza el último capítulo del libro, ha sido una de las historias más difíciles de escribir. Samia fue secuestrada por el Estado Islámico con apenas 13 años de edad, la violaron reiteradamente, la vendieron en mercados de esclavas, y nunca más ha vuelto a ver a su padre. Y, a pesar de ello, es todavía capaz de sonreír, de jugar con sus hermanitos, tiene ganas de estudiar y aprender el alemán. Es un gran ejemplo para todos.

“Samia fue secuestrada, violada reiteradamente, vendida como esclava, y nunca más ha vuelto a ver a su padre. Y, a pesar de ello, es todavía capaz de sonreír.”

Entre todas las historias que pudisteis ir recolectando durante vuestro trabajo a lo largo de 2015 y 2016 en Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Croacia y Alemania, como madre me resultan especialmente duras (si es que se puede hacer un ranking de dureza entre tanto horror) las que están protagonizadas por niños. Niños que tenían unos amigos, una familia, una escuela… Y que ahora no tienen nada. ¿Se ha quedado su futuro estancado?

L: Sí, hay una generación que solo ha conocido la guerra y la etiqueta de ser refugiado. Hay muchos niños que no han tenido infancia, que tienen que cuidar de sus hermanos o ayudar a su madre/padre enfermos. No han podido ir a la escuela, no han celebrado cumpleaños, hace años que no ven a sus amigos, perdieron a sus familiares en la guerra. Hay una generación que solo conoce el horror. Hay niños que han nacido en el camino con muchos problemas. Pero yo soy optimista, los que han podido llegar a Europa muchos pueden empezar a ir a la escuela en Grecia. Las familias con niños son las que mejor se adaptan en los países que les asignan. Aysha y Mohamed con sus hermanos hablan ya alemán y empiezan a soñar con ser doctora, mecánico…. Si Europa, España o a nivel local nosotros en nuestras ciudades somos capaces de integrar a estas familias les devolveremos sus ganas de luchar, soñar, les devolveremos su vida aunque sea distinta.

I: Creo que no. Creo que los niños son los que más posibilidades tienen de salir adelante, de rehacerse una vida, de olvidar las situaciones feas que han vivido, en particular si todavía son muy pequeños. Mucho dependerá de los proyectos de reubicación y de integración. Pues no cabe duda de que muchos de ellos serán los europeos de mañana.

Leticia Álvarez junto a varias niñas refugiadas en el campamento de refugiados de Idomeni.

Lo preguntaba sobre todo por la inacción y la pasividad de Europa, por cómo estamos dejando a esos niños y a esas familias de lado, por cómo los estamos abandonando… ¿Cómo están viviendo las familias la reacción de Occidente? ¿Entienden ese levantar vallas, ese poner trabas a su búsqueda de un futuro mejor?

L: Las familias vienen de países donde no han vivido en democracia, donde se cometían atrocidades. Muchos han vivido en dictaduras. Lo que Europa (es decir los 27 países ) ha firmado con Turquía no les extraña para nada. No creen en los políticos, ni en sus decisiones. Sin embargo, agradecen la solidaridad de los europeos. Las vallas no les sorprenden. Recuerdo que al principio les pedía perdón por la actuación de España y siempre me contestaban que no les importaba, que su presidente, Bashar al-Ásad , los había perseguido y torturado. Ellos quieren vivir y por muchos muros que ponga Europa van a seguir intentándolo porque no tienen alternativa.

I: La UE todavía tiene que madurar con organización, ha generado sufrimientos innecesarios. No hay que olvidar que estamos hablando de un porcentaje de población muy bajo, para un territorio en el que viven 500 millones de personas. Dicho esto, no hay que olvidar a las otras tantas crisis de refugiado que hay en el mundo. Lamentablemente, los países europeos no son los únicos en ser ‘defectuosos’ a la hora de acoger.

Pese a ello, como reflejaba perfectamente la italiana Francesca Sanna en su álbum ilustrado ‘El viaje’, esas familias llevan a cuestas un mensaje de esperanza. Y es difícil hablar de esperanza cuando ves la situación de los campos de refugiados, las actitudes de determinados países y gobernantes… pero, ¿la hay? ¿Hay esperanza?

L: Claro que hay esperanza. Nedal se ha prometido con Janine y vive en Suiza. Mohamed y Aysha están en Alemania estudiando alemán y totalmente integrados. Hussain ha conseguido los papeles en Noruega y ha podido cumplir su sueño de viajar a Lanzarote. Abu Baker está en Barcelona, habla catalán y da charlas a niños pequeños para enseñarles el camino que hizo y su cultura. Hay historias de esperanza también. Son ejemplos de que cualquier ayuda es buena. Desde apoyo psicológico, abogados, médicos a comida y clases de inglés y alemán para los pequeños en Grecia. Hay esperanza, siempre hay esperanza.

I: Bueno, personalmente soy optimista. Y veo que en la Unión Europea todavía hay muchísimos jóvenes movidos por la solidaridad y la voluntad de construir algo mejor. Jóvenes que defienden sus ideas, salen a la calle. Quizá ha llegado la hora de que las generaciones que les han precedido empiecen a escucharlos.

 

Autor entrada: Diana Oliver

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